La primera vez, buscamos intuir ese otro aura (primigenio) que el creador intuyó para su objeto;
nos adentramos en un territorio inexplorado, fallamos una y otra vez en el
contacto, recibimos lentamente lo que el silencio nos transmite. Este encuentro
inicial es un cruce de puentes, es un establecimiento de simpatías. Y no
alcanza.
Por eso, luego de una primera y agotadora sesión, dejamos
descansar cada objeto en su forma material; pero también en su forma sutil de
fotograma. Al regreso, nuestra creatividad, ese motor que desde lo existente se
pone en marcha para añadir lo que late un poco en la cabeza, pero más en la
intuición de cada uno, es la que dará el estacazo final.
Todo comienza a fluir, decimos no tener ideas, pero ellas
surgen, se lanzan, a borbotones, con seguridad, con luces y sombras, con
aciertos y errores, con nuestra energía a pleno, y esa es la fotografía, el
acto mágico, la plenitud del encuentro.